Usuario Experto
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Decía Rilke, un extraordinario poeta checo, algo así como que a toda belleza sucede inevitablemente el dolor.
Vale, entiendo que dicho así, tan de sopetón, sonará como algo abstruso, difícilmente penetrable desde la perspectiva de la razón; pero no nos olvidemos que Rilke era poeta y, como tal, no analizaba las cosas bajo un mero enfoque racional, sino desde los parterres donde florecen las emociones, que ofrecen generalmente una visión muy distinta.
Pues bien, del mismo modo que al checo, también a mí en ocasiones, sobre todo cuando me sacude alguno de mis habituales accesos de melancolía, se me hace enormemente nítida esa asociación entre belleza y dolor, lo que no deja de provocarme relámpagos que de parte a parte atraviesan mi espina dorsal.
Tal vez sea esa de todos modos una asociación demasiado estricta y merezca ser matizada a través de la modificación del adverbio que la precisa, esto es, reemplazando el categórico “inevitablemente” por un más templado “ocasionalmente”; pero en el fondo considero que no iba desencaminado el poeta con su acerba reflexión y que, en efecto, el dolor acostumbra a suceder a la belleza, de manera semejante a como la lobreguez de la noche sucede a la claridad del día o, más aún, a como la propia muerte sucede a la vida.
Quizá sea no obstante en el ámbito de las relaciones humanas donde dicha asociación se hace más paladina. Así, uno se enamora o da comienzo a una relación de amistad y percibe cómo la belleza del nuevo vínculo lo envuelve como una dúctil capa de satén, belleza que brota por sí sola de esos dulces ojos color de miel en el que nos reflejamos como en el más transparente de los estanques, o de esa cálida sonrisa capaz de iluminar por sí sola todo el firmamento conocido, o de esa camaradería que conduce al bienestar de las confidencias compartidas; pero más allá de esa belleza patente se esconde un ser humano, un ser humano que, como todo ser humano, encubre asimismo taras y defectos, siendo que éstos pueden con el tiempo marchitar la belleza que a nuestros ojos era transmitida, lo que en ocasiones terminaría por generar dolor, a veces un inmenso dolor.
Un ejemplo brutal de esto que pretendo transmitir lo tendríamos en el caso de esos cientos de mujeres que resultan vejadas, humilladas, maltratadas, incluso asesinadas, por sus parejas, parejas que con toda probabilidad fueron un día bellas a sus ojos, que supieron seducirlas, cautivarlas, enamorarlas, colmarlas de esa belleza que sólo los sentimientos son capaces de trasferir, pero que con el transcurso del tiempo terminaron por convertir su vida en un verdadero infierno donde la belleza acabó siendo sustituida precisamente por dolor.
Reconozco que es un ejemplo muy drástico el que he puesto, pero no por su crudeza empaña la idea de Rilke sobre esa terrible conjunción que a veces se produce entre belleza y dolor, entre risas y lágrimas, entre luz y oscuridad. Y es que, por desgracia, buena parte de las relaciones humanas, preñadas en su día por la luz de la belleza, concluyen feneciendo en la oscuridad del dolor.
Confieso que me cuesta entenderlo, pero…, en fin, ahora que lo pienso, son tantas en realidad las cosas que me cuesta entender. Obtuso que es uno
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