Usuario Experto
Registrado el: 11-September-2014
Mensajes: 4.789
Agradecimientos recibidos: 2248
|
Atroz, terriblemente atroz me resulta el crimen que por víctima tiene un amor, una pasión, un sentimiento en suma que, pese a no haber todavía nacido, sabes que porfía por hacerlo, un sentimiento al que, aun con lástima, se le asfixia antes de que pueda siquiera respirar, temerosos de que si se permite que lo haga resulte ya imposible detener el huracán que brote de su hálito, un sentimiento al que, por tanto, ciegas antes de que alcance a ver la luz, puesto que sospechas, henchido de temor, que en otro caso te cegará a ti su brillo nada más sentirlo envolverte el alma. En el fondo sabes que lo que estás llevando a cabo es un horrible aborto, la anticipada ablación de algo que en sí mismo podría resultar maravilloso y mágico, pero aun así lo haces, lo haces porque tienes miedo y ese miedo te compele a ello, del mismo modo que una madre puede verse forzada a interrumpir su embarazo cuando no encuentra ninguna otra opción válida, y abortas a tu pesar ese incipiente sentimiento que tanto te complacería, sabedor que las consecuencias de permitir que florezca serían posiblemente aún más hórridas que el propio aborto.
Los sentimientos nacen libres, sin cadenas que los constriñan, a veces aparecen como frágiles y sutiles llamas que danzan revoltosas mientras sus lenguas lamen ese primer aire que las acoge, otras en cambio se presentan ya de primeras como impetuosos relámpagos a los que nada detiene; pero siempre libres, independientes de ti, de ti que los trajiste al mundo, de tal forma que, una vez nacidos, ya no puedes en modo alguno pretender gobernarlos y ser su dueño. Todo lo contrario, desde ese momento ellos te poseen a ti, posesión que en ocasiones resulta no sólo llevadera, sino maravillosa, exquisita, sublime…, y con total abnegación y entrega te rindes entonces a la soberanía de ese mágico demonio que entró en tu alma para hacerte gozar. Pero también hay veces en que, por unas circunstancias u otras, algunas impuestas de antemano, otras sobrevenidas, esa posesión resulta dañina y, junto con el gozo que asimismo pueda proporcionarte, el sentimiento posesor se convierte en un verdadero demonio que no deja de causarte sufrimiento, siendo así que en tales casos llega el momento en que quieres huir, a veces incluso morir, tan insoportablemente dolorido que te sientes bajo ese yugo opresor, un yugo que sin embargo sigues paradójicamente deseando, por lo que el deseo de huida se confunde con el deseo de permanencia, de modo que te mueves en una especie de espiral demente que no conduce a ningún sitio, y quieres sustraerte a su férula, porque sabes que te destrozará y/o destrozará a otros, porque lo va a arrasar todo, y por ello tratas de alejarte y buscar la seguridad al socaire de cualquier muro donde sentirte a salvo, y hasta procuras recubrirte de todo género de armaduras, o ahogar al sentimiento tras cualquier botella que se presente ante tu boca sedienta…, pero al poco, sin embargo, cuando la resaca pasó y tus sentidos vuelven a percibir la realidad, te das cuenta que el sentimiento sigue ahí, traspasando tu armadura para seguir devorándote, haciendo sonar la partitura al son de la cual no puedes cesar de bailar como un títere.
Lo que está claro es que el sentimiento, ya entre en tu vida como grácil llamita, ya como enérgico relámpago, terminará arremetiendo con fuerza y convirtiéndose en un fuego que todo lo devorará, seguirá su curso como un río bravo, se desbordará, se adueñará de tu cuerpo y de tu alma, y se hará del todo ingobernable. La verdad es que si uno puede permitírselo, esta sumisión es, como ya dije, lo más de lo más. Pero, por desgracia, no siempre se está en condiciones de afrontar tamaña aventura.
Por eso digo que en ocasiones no queda otro remedio que atajar determinados sentimientos cuando aún se está a tiempo de hacerlo, cuando todavía éstos no conforman más que un feto que pugna por salir afuera…, por más que se me siga antojando un crimen atroz, muy atroz, jodidamente atroz….
|